Lavanguardia.es (3 de febrero de 2008)
Nuestro cerebro no puede negociar simultáneamente todos los estímulos que le salen al paso
El timbre de los teléfonos, aquella persona que nos atrae y ahora se muestra en todo su esplendor al lado de la fotocopiadora, el correo electrónico que acaba de llegar con una irresistible oferta de vacaciones rurales o con un enlace que está gritando "¡Sígueme...!", la ropa estrafalaria del estrafalario de turno... Con todas estas maravillas agitándose alrededor, ¿cómo va a concentrarse uno en su trabajo? Los científicos comienzan a hacerse la misma pregunta, pero desde otro ángulo: cuando uno tiene que hacer una tarea -doméstica, en la oficina, en la fábrica o en el trabajo en el que se desempeñe-, el número de cosas que hace antes o al mismo tiempo, que no tienen nada que ver con dicha tarea, ¿es un índice fiable de su falta de concentración? Y ésta, cuánto le cuesta en primer lugar a la víctima y, en segundo lugar, a los que le rodean, sea su familia, su empresa, los viandantes, los pasajeros, etc.?.
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