Sabemos que una metodología basada en la actividad de los alumnos (observación, búsqueda de información, reflexión sobre lo observado y/o leído, sistematización de conceptos, composición de textos o preparación de exposiciones orales para comunicar lo aprendido, etc.) requiere procesos de trabajo de una cierta complejidad y, por tanto, de una cierta duración.
Y sabemos que esta metodología es imprescindible para aprendizajes complejos y de alto nivel, como son los que se refieren a la capacidad para interactuar mediante el lenguaje en los diversos ámbitos sociales.
Ante propuestas metodológicas de este tipo, es frecuente escuchar reparos referidos a la imposibilidad de abarcar los contenidos prescritos.
Pero, ¿de qué contenidos estamos hablando? ¿Y quién tiene la responsabilidad de establecerlos?