23 de marzo de 2007

Educación como proceso de socialización

Mariano Fernández Enguita (1900): La escuela a examen, Madrid: (Pirámide, 1995)

Los profesionales de la enseñanza no pueden evitar la sensación de que la escuela se halla sometida a un fuego cruzado, degradado su prestigio y criticada por todos. No les falta razón, pues parece que no existe nada más cómodo para una sociedad que culpa de sus males a la escuela -exculpando así, de paso, a otras instituciones como las empresas y el Estado- y tratar de encontrar soluciones mágicas a través de su permanente reforma- lo que sirve para distraer la atención de lo que verdaderamente necesitaría ser reformado, dentro y fuera de la institución escolar.

Sin embargo, esta vulnerabilidad sólo toca a aspectos superficiales de la institución. Se clama y se brama sobre el contenido de los programas, la ausencia de tal o cual materia, la formación del profesorado, etc., pero raramente se llega al fondo de la cuestión Lo esencial de la escuela parece beneficiarse de una especie de estado de gracia permanente que surge de la convicción generalizada de que la cultura y la técnica avanzan, el acceso a ellas es siempre deseable y la escuela es el mejor instrumento para lograrlo. Además, tanto la apología como la crítica de la escuela suelen estar fuertemente impregnadas de un idealismo que reduce siempre el problema a la vertiente comunicativa, a la discusión sobre el contenido.

Se supone que la educación es sobre todo el desarrollo de las facultades interiores de la persona, nacidas de no se sabe dónde, o su incorporación a la cultura, la única. Ello lleva a no poner en cuestión posibilidades simplemente ignoradas, como que la cultura escolar no sea la cultura a secas, con artículo determinado, sino simplemente una cultura entre otras posibles, o que más importante que lo que se enseña -el contenido- pueda resultar ser la forma en que se enseña -el marco institucional y relacional y el método-.

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