El "giro lingüístico" es un movimiento filosófico que ha producido una auténtica revolución en las ciencias sociales de la segunda mitad del siglo XX. En esta corriente, podemos situar a pensadores como Wittgenstein, Rorty, Foucault, Bakhtin, Gadamer, Austin, Vattimo, etc. Esta corriente representa la transición del estructuralismo al postestructuralismo, de la modernidad a la posmodernidad, en definitiva, de la idea de que la experiencia sensorial era el medio para representar la realidad a pensar que lo era el lenguaje. Esto produce una crisis en la idea de representación, por la cual se entendía el conocimiento como la representación, imagen casi de espejo, de la realidad. Si el lenguaje, que es social, actúa de intermediario entre la realidad y nosotros, entonces la representación fiel de la realidad se convierte en una quimera. Al hacer esto, el giro lingüístico se aleja de los dualismos epistemológicos que separan descripción de explicación o bien objetividad de subjetividad y entra en un terreno difícil, pero fascinante: el de la construcción social y lingüística de la realidad.
Lo que ha sido quizá una conclusión exagerada, derivada de las propuestas del giro lingüístico de algunos autores que no son afines al mismo, es la afirmación de que no hay nada fuera del texto (incluso entendido amplia y generosamente), porque uno de los temas recurrentes de todo análisis de la comunicación (conversaciones, discursos, narraciones) es precisamente el de describir lo que no aparece en el texto, afirmando que es tan significativo como lo que aparece. Por ejemplo, las nociones de la pragmática de presuposición y de implicación ayudan a entenderlo. Hablan de cosas que no están presentes en el texto analizado, pero que son, respectivamente, el antecedente necesario para comprenderlo y todo lo que se deriva de aquí. Las implicaciones y las presuposiciones remiten al exterior del texto analizado tanto si este exterior es otro texto como si es la realidad que construye. Las implicaciones y presuposiciones del texto son las que, al definir un espacio de comunicación, de significados comunes con el lector, crean la realidad misma de la cual el texto "no" habla explícitamente.
Otro ejemplo es la frase siguiente, dicha por un hombre que está en su casa enfermo de gripe cuando su mujer le lleva un té o un poco de agua:
"Déjalo estar, mi amor, no hace falta que te preocupes tanto, haz tus cosas, sal un poco, distráete, no te quedes aquí de enfermera: seguro que tienes muchas cosas que hacer..."
Obviamente, en nuestro contexto de relaciones de género, lo que implica esta frase es lo siguiente: "Por favor, quédate aquí y cuida de mí". La razón es que contiene un exceso de preocupación, que habitualmente no aparece. Esta situación es la única en que el marido dice este tipo de frases. Si no está enfermo no lo hace, a pesar de que su mujer también puede tener mucho trabajo en otros momentos. Por otra parte, también presupone que una buena esposa tiene que cuidar del marido en estas circunstancias.
El significado de las palabras no depende de alguna propiedad intrínseca de las mismas, ni se mueve siguiendo las reglas de la lógica formal (decirle a alguien que es el menos tonto de sus amigos no es lo mismo que decirle que es el más listo, aunque formalmente las dos frases son idénticas), sino que depende del contexto de uso, qué otras palabras tiene alrededor, cómo se utilizan, cuáles son las normas que rigen su utilización y, en definitiva, como decía Wittgenstein, del juego (de lenguaje) que nos permite jugar.
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